Por que somos anarquistas

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ANARQUÍA



Siempre despreciado, maldecido, nunca comprendido
Eres el terror espantoso de nuestra era.
"Naufragio de todo orden", grita la multitud,
"Eres tú y la guerra y el infinito coraje del asesinato."
Oh, deja que lloren. Para esos que nunca han buscado
La Verdad que yace detrás de la palabra ,
A ellos la definición correcta de la palabra no les fue dada.
continuarán ciegos entre los ciegos.
Pero tu, Oh palabra, tan clara, tan fuerte, tan pura,
Vos dices todo lo que yo, por meta he tomado.
Te entrego al futuro! Tú eres segura.
Cuando uno, por lo menos despertará por sí mismo .
¿Viene en la solana del atardecer? ¿En la emoción de la tempestad?
!No puedo decirlo--pero ella la tierra podrá ver!
!Soy un anarquista! Por lo que no reinaré, y tampoco reinado seré!

27 de mayo de 2010

Viva el robo

¿Mendigar, robar 0 trabajar (ser robado) son las tres Únicas vías de supervivencia que concede el capitalismo. Alexandre Jacob optó por el atraco, para él la modalidad más noble y directa de robo. Anarquista consecuente hasta el final, dedicaba sus botines a financiar el movimiento ácrata de la época y a vivir él mismo. En él se inspiró el personaje literario de Arsenio Lupin. Esto declaró ante el tribunal que en 1905 abrió proceso en su contra.


Señores:

Ahora ya saben quién sov yo: un rebelde que vive del producto de sus atracos. He incendiado además varios hoteles y defendido mi libertad contra la agresión de los agentes del orden. Pongo pues al descubierto toda mi existencia de lucha y la someto como un problema a sus inteligencias. Al no reconocer a nadie el derecho a juzgarme, no imploro ni perdón ni índulgencia. Nada pido a quienes odio y desprecio. Ustedes son los más fuertes: ¡dispongan de mí como gusten! Envíenme a chirona o al patíbulo, me da lo mismo. Pero antes de separarnos déjenme decirles una última palabra

En cuanto ustedes califican a un hombre como ladrón o bandido, aplican contra él todos los rigores de la ley sin preguntarse sí hubiera podido ser otra cosa. ¿Quién ha visto hacerse atracador a un rentista? Confieso que yo no. Pero yo, que no soy ni rentista ni propietario, que no soy más que un hombre sin otra cosa que sus brazos y su cerebro para asegurar su supervivencia, he tenido que obrar de otra manera.

La sociedad no me ha dejado más que tres medios de existencia: el trabajo, la mendicidad y el robo. El trabajo, lejos de repugnarme, me gusta. El hombre no puede pasar sin trabajar, sus músculos y su cerebro tienen una carga de energía que han de gastar. Lo que me repugna es matarme a trabajar por la limosna de un salario, crear riquezas que después me hubieran escamoteado. En una palabra, me ha repugnado darme a la prostitución del trabajo La mendicidad es el envilecimiento, la negación de toda dignidad. Todo hombre tiene derecho al banquete de la vida.
el derecho a vivir no se mendiga: se toma
Robar es restituirse, recuperar. Antes que estar enclaustrado en una fábrica como en un penal, antes que mendigar lo que es mío en derecho, prefiero levantarme y combatir cara a cara a mis enemigos, haciéndoles la guerra a los ricos, atacando sus bienes. Seguro que ustedes hubieran preferido verme sometido a sus leyes, que como un obrero dócil y humillado creara riquezas a cambio de un salario irrisorio y que, con el cuerpo gastado y embrutecido el cerebro, hubiera

reventado en una esquina de cualquier calle. Entonces no me habrían llamado' «cínico bandido» sino «honesto obrero». Como queriendo halagarme, me hubieran concedido la medalla al trabajo. Los curas prometen un paraíso a sus víctimas, ustedes son menos abstractos y les prometen papel mojado.

Les agradezco de todo corazón tanta bondad y gratitud. Pero, Señores, ¡prefiero ser un cínico consciente de sus derechos antes que un autómata o una cariátide!

Desde que tuve uso de razón me entregué al robo sin el menor escrúpulo. No creo en su pretendida moral que predica el respeto a la propiedad como una virtud cuando no hay peores ladrones que los propietarios.

Pueden sentirse orgullosos, Señores, de que este prejuicio haya arraigado en el pueblo, ésa es su mejor policía. Conocedores de la impotencia de la ley (de la fuerza, por decirlo claro), han hecho ustedes de ese prejuicio el más sólido de sus guardianes. Pero estén alerta, todo tiene su tiempo. Todo lo que se construye por la fuerza y el engaño, la fuerza y el engaño pueden demolerlo.

El pueblo evoluciona todos los días. Ya verán cómo, instruidos en estas verdades y conscientes de sus derechos, todos los muertos de hambre, los miserables, en una palabra todas sus víctimas, se arman de ganzúas para darse al asalto de sus propiedades y recuperar las riquezas que ellos han creado y ustedes les han robado. ¿Creen, Señores, que iban a ser más desgraciados por ello? Presiento lo contrario. A poco que lo pensaran preferirían correr todos los riesgos antes que engordarles a ustedes lamentándose de su miseria. Sí, ahí están la cárcel, la mazmorra o el patíbulo. Pero ¿qué significan esas perspectivas en comparación con una vida embrutecida, hecha a base de sufrimientos? El minero que disputa su pan a las entrañas de la tierra sin ver nunca brillar el sol, puede morir en cualquier instante víctima de una explosión de gas; el albañil, que pulula por las alturas para acabar dando un traspiés y hacerse migas; el marinero, que conoce el día de su partida pero ignora si volverá a puerto, y tantos otros trabajadores que contraen enfermedades fatales en el ejercicio de su oficio, se consumen, se envenenan y se matan produciendo para ustedes. Hasta los propios policías, sus criados, a veces perecen en la lucha contra los enemigos de ustedes por un miserable hueso que les tiran para que roan.
robar o ser robado
Empeñados en su estrecho egoísmo, ustedes permanecen escépticos ante esta perspectiva, ¿verdad? El pueblo tiene miedo, parecen decir. Nosotros lo gobernamos mediante el miedo a la represión; si grita, se le encarcela; si se mueve, se le detiene; si actúa, se le ajusticia. Pues se equivocan, Señores, créanme. Los males que ustedes infligen no son un remedio contra los actos de rebelión. La represión, lejos de ser un remedio ni siquiera es un paliativo, no hace sino agravar el mal.

Las medidas coercitivas no pueden sembrar más que el odio y la venganza. Es un cielo fatal. Por lo demás, cortando cabezas y llenando las cárceles ¿impiden ustedes realmente las manifestaciones de rabia? ¡Respondan! Los hechos demuestran su impotencia. En cuanto a mí, sabía perfectamente que mi conducta no podía tener otra salida que la cárcel o el patíbulo. Comprobarán que ello no me ha impedido actuar. Si me he dado al robo no ha sido por motivos de ganancia ni lucro, sino por una cuestión de principios, de derecho. He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad, antes que convertirme en artífice de la fortuna de mi amo. En términos más crudos, sin eufemismos, he preferido robar a ser robado.

Sí, yo también repruebo el que un hombre se apodere violentamente y con engaño del fruto del trabajo de otro. Pero precisamente por eso hago la guerra a los ricos, ladrones de los bienes de los pobres. También yo quisiera vivir en una sociedad en la que el robo estuviera proscrito. No apruebo el robo y no lo he usado más que como una forma de rebelión adecuada para combatir el más inícuo de todos los robos: la propiedad individual.

Para destruir un efecto es necesario destruir previamente su causa. Si el robo se da se debe a que hay abundancia por una parte y carencia por otra; porque todo no pertenece sino a algunos. La lucha no desaparecerá hasta que los hombres no pongan en común sus alegrías y sus penas, sus trabajos y sus riquezas, hasta que todo no pertenezca a todos.

Anarquista revolucionario, yo hago mi revolución, ¡que venga la anarquía!

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